El Entierro
Ella
decía que tenía poderes para encontrar entierros. Todos los días repetía lo
mismo, Después del sueño ese pués, ya te dije Cambá, la virgencita me dijo al
oído que con esta cadenita yo voy a encontrar los entierros… ¡la plata yvy yvy
camba!
Su
vida es cuento de historias negras y repetidas, como la misma mugre que
cargaba. Con el paso de los años Chocha trabajó primero su chacra hasta que un
bigotudo de botas altas y rebenque áspero llegó una tarde y le dijo que esa tierra seca y perdida era de él,
entonces no le quedó remedio y buscó conchabo en chacras ajenas. Entre medio
fue mujer de algún patrón que le llenó
la barriga con dos mitaí guachos, pero como el tiempo le acentuó lo fea, termino
siendo la mujer primero de un peón después de otro, hasta que perdió la cuenta
y los olvido a todos, pero lo que si siempre recordó es que ninguno se quedó el
tiempo suficiente como para ayudarle a darle de comer a las crías que fue
sumando.
Ahora
Cambá estaba con ella, hacía un par de años y se quedaba, tal vez porque ya no quedaba
nadie más que ellos dos. La vida y la muerte se habían llevado a los guachos y el
vino alcanzaba.
Vivían
en un rancho en el medio del monte, un rancho que olía a mugre. Lo habían construido siguiendo las costumbres
del pobre: enchorizado de palmas y adobe al costado de un tacuaral buscando tal
vez el fresco que de él emanaba en las tardes de verano, debajo de un lapacho
viejo y enorme que se había engrosado lo bastante como para dar suficiente sombra
a todo el techo de paja. Chocha después de mucho lo había heredado de los
viejos Ramírez quienes la criaron desde que sus padres la dejaron solo por una
temporada de cosecha, pero de la que
nunca volvieron. Se fueron para el Chaco a levantar algodón, algunos decían que
habían muerto, otros que simplemente no quisieron volver y que de tanta caña la
habían olvidado...
Ahora
ella decía que tenía poderes, y siempre después del tercer vino trataba de
convencer a Cambá que jamás decía una palabra…¡Cambá! ¡Cambá! si hoy a la noche
vamos para el entierro seguro sacamos ¿ayé?, la virgencita me dijo “Chocha, andá
donde se ve que se prende un fuego, que sea luna llena, arrimá tu medallita y
ahicito donde comience a dar vueltas ahí no más está el entierro”, ¡jahá pues Cambá!
Él
la escuchaba sin decir nada. Todas las tardes el cuento se repetía. Al
principio le creyó y se animó a acompañarla hasta el rio, le creyó un poco
porque estaba arto de escucharla y otro poco porque quería salir de ese rancho
mugriento, del monte y hasta de Chocha. Cavó y cavó; primero aquí después allá,
con la esperanza de encontrar el entierro, hacerse rico y mandarse a mudar
lejos, donde no hubiera tanta roña y pudiera tomar algún vino como la gente.
Nunca encontraron nada, y ya estaba cansado de tanto pozo y de tanto
escucharla. ¡Cambá! eju… sabés Cambacito, anoche la virgencita me dijo bien donde
está el entierro, ¡jaja! Es que yo nomás no entendí bien, pero ahora sí sé
biencito donde está, ahí al costadito del ceibo… Él la miró despacito,
y le metió una apitada larga al cigarro…
Se
había quedado con ella, de pura casualidad, vine a hacer un trabajito... así solía
contar, lo que no contaba era que se había cuatrereado unos cuantos terneros y
casi lo agarran y medio por miedo a volver al pueblo, hacía dos años que se escondía
en el rancho de “la Guaiguì” como él la llamaba.
Ahora
ya había pasado suficiente, quién se iba a acordar de él y los terneros, pero
cada vez que quería mandarse a mudar ella lo paraba con cuentos y amenazas.
Cambá
hoy cuando esté oscurito vamos para el ceibo, seguro hoy sacamos… Esa tarde como nunca él sin renegar agarró
la pala y un viejo pico y la siguió silbando un chamamé rapidito, de esos que
bailaba en el pueblo en lo del Turco cada vez que llegaban las putas a trabajar
con los menchos después de la cosecha.
Llegaron
al ceibo, y Chocha no paraba de reír, estaba como en un trance, el vino
caliente ya le había quemado la cabeza, pero no la lengua… Aquicito, Cambá, émoinguè pala nomá,
que pronto vas a ver que encontramos lo que la virgencita dijo...
Cambá
metió la pala, y comenzó a sacar tierra, nunca dejó de silbar, siguió cavando y
cavando hasta que estuvo bien hondo, pero no había nada, nada; solo tierra seca
y más tierra para sacar. Se detuvo, la miró…¡Pasáme
el pico mujer! Ahí òkupépe tuyo…
Chocha
se dio vuelta y solo escuchó como si algo le cayera del cielo mientras veía una
inmensa luz que le llenaba por completo… después no vio nada más.
Estaba
tirada en el pasto, boca abajo, con la cabeza llena de sangre que se le
pegoteaba en el pelo mugriento. Él la empujó directo al pozo, mientras que todo
el cuerpo se le mojaba de sudor. La fue tapando de a poco hasta que no la vio
más. Volvió para el rancho y tomó lo que quedaba del vino y cansado se tiró en
el catre. Durmió. Durmió. Soñó…
Se
despertó de golpe, lo primero que recordó, no fue a “la Guaiguì”, ni el pozo que había tapado, fue un sueño… su propio
sueño, donde la virgencita le decía “ahí cerquita del ceibo vas a ver que se
prende un fuego… ahí, hay un entierro y es para vos…”
Liliana Robles
yvy yvy(wy-wy):tierra. Plata yvy yvy: entierros. Cambá:
negro
Guaiguì (güaigüí): vieja. Eju
(eyú): vení
Jaha(yajá): vamos
È moinguè (é moingué): meté
Òkupépe (ó cupépe): detrás-atrás
Muy bueno che... Pobre cambá. Ella se fue... divertida, confundida, pero se fue.
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