jueves, 28 de enero de 2016

El Entierro



El Entierro
                Ella decía que tenía poderes para encontrar entierros. Todos los días repetía lo mismo, Después del sueño ese pués, ya te dije Cambá, la virgencita me dijo al oído que con esta cadenita yo voy a encontrar los entierros… ¡la plata yvy yvy camba!

            Su vida es cuento de historias negras y repetidas, como la misma mugre que cargaba. Con el paso de los años Chocha trabajó primero su chacra hasta que un bigotudo de botas altas y rebenque áspero llegó una tarde y le dijo que esa tierra seca y perdida era de él, entonces no le quedó remedio y buscó conchabo en chacras ajenas. Entre medio fue mujer de algún patrón que le  llenó la barriga con dos mitaí guachos, pero como el tiempo le acentuó lo fea, termino siendo la mujer primero de un peón después de otro, hasta que perdió la cuenta y los olvido a todos, pero lo que si siempre recordó es que ninguno se quedó el tiempo suficiente como para ayudarle a darle de comer a las crías que fue sumando.

            Ahora Cambá estaba con ella, hacía un par de años y se quedaba, tal vez porque ya no quedaba nadie más que ellos dos. La vida y la muerte se habían llevado a los guachos y el vino alcanzaba.

            Vivían en un rancho en el medio del monte, un rancho que olía a mugre. Lo habían construido siguiendo las costumbres del pobre: enchorizado de palmas y adobe al costado de un tacuaral buscando tal vez el fresco que de él emanaba en las tardes de verano, debajo de un lapacho viejo y enorme que se había engrosado lo bastante como para dar suficiente sombra a todo el techo de paja. Chocha después de mucho lo había heredado de los viejos Ramírez quienes la criaron desde que sus padres la dejaron solo por una temporada de cosecha, pero de la  que nunca volvieron. Se fueron para el Chaco a levantar algodón, algunos decían que habían muerto, otros que simplemente no quisieron volver y que de tanta caña la habían olvidado... 

     Ahora ella decía que tenía poderes, y siempre después del tercer vino trataba de convencer a Cambá que jamás decía una palabra…¡Cambá! ¡Cambá! si hoy a la noche vamos para el entierro seguro sacamos ¿ayé?, la virgencita me dijo “Chocha, andá donde se ve que se prende un fuego, que sea luna llena, arrimá tu medallita y ahicito donde comience a dar vueltas ahí no más está el entierro”, ¡jahá  pues Cambá!

            Él la escuchaba sin decir nada. Todas las tardes el cuento se repetía. Al principio le creyó y se animó a acompañarla hasta el rio, le creyó un poco porque estaba arto de escucharla y otro poco porque quería salir de ese rancho mugriento, del monte y hasta de Chocha. Cavó y cavó; primero aquí después allá, con la esperanza de encontrar el entierro, hacerse rico y mandarse a mudar lejos, donde no hubiera tanta roña y pudiera tomar algún vino como la gente. Nunca encontraron nada, y ya estaba cansado de tanto pozo y de tanto escucharla. ¡Cambá! eju… sabés Cambacito, anoche la virgencita me dijo bien donde está el entierro, ¡jaja! Es que yo nomás no entendí bien, pero ahora sí sé biencito donde está, ahí al costadito del ceibo… Él la miró despacito, y le metió una apitada larga al cigarro…

            Se había quedado con ella, de pura casualidad, vine a hacer un trabajito... así solía contar, lo que no contaba era que se había cuatrereado unos cuantos terneros y casi lo agarran y medio por miedo a volver al pueblo, hacía dos años que se escondía en el rancho de “la Guaiguì” como él la llamaba.

            Ahora ya había pasado suficiente, quién se iba a acordar de él y los terneros, pero cada vez que quería mandarse a mudar ella lo paraba con cuentos y amenazas.

            Cambá hoy cuando esté oscurito vamos para el ceibo, seguro hoy sacamos…     Esa tarde como nunca él sin renegar agarró la pala y un viejo pico y la siguió silbando un chamamé rapidito, de esos que bailaba en el pueblo en lo del Turco cada vez que llegaban las putas a trabajar con los menchos después de la cosecha.

            Llegaron al ceibo, y Chocha no paraba de reír, estaba como en un trance, el vino caliente ya le había quemado la cabeza, pero no la lengua… Aquicito, Cambá, émoinguè pala nomá, que pronto vas a ver que encontramos lo que la virgencita dijo...

            Cambá metió la pala, y comenzó a sacar tierra, nunca dejó de silbar, siguió cavando y cavando hasta que estuvo bien hondo, pero no había nada, nada; solo tierra seca y más tierra para sacar. Se detuvo, la miró…¡Pasáme el pico mujer! Ahí òkupépe tuyo…

            Chocha se dio vuelta y solo escuchó como si algo le cayera del cielo mientras veía una inmensa luz que le llenaba por completo… después no vio nada más.  

            Estaba tirada en el pasto, boca abajo, con la cabeza llena de sangre que se le pegoteaba en el pelo mugriento. Él la empujó directo al pozo, mientras que todo el cuerpo se le mojaba de sudor. La fue tapando de a poco hasta que no la vio más. Volvió para el rancho y tomó lo que quedaba del vino y cansado se tiró en el catre. Durmió. Durmió. Soñó…

            Se despertó de golpe, lo primero que recordó, no fue a “la Guaiguì”, ni el pozo que había tapado, fue un sueño… su propio sueño, donde la virgencita le decía “ahí cerquita del ceibo vas a ver que se prende un fuego… ahí, hay un entierro y es para vos…”

Liliana Robles

yvy yvy(wy-wy):tierra. Plata yvy yvy: entierros.  Cambá: negro
Guaiguì (güaigüí): vieja.                                          Eju (eyú): vení
Jaha(yajá): vamos                                                È moinguè (é moingué): meté 
Òkupépe (ó cupépe): detrás-atrás

1 comentario:

  1. Muy bueno che... Pobre cambá. Ella se fue... divertida, confundida, pero se fue.

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