jueves, 28 de enero de 2016

La Mentira



Apoyó las manos sobre las barandas del puente, levantó la cabeza y miró hasta donde pudo. Lejos escuchó la bocina del tren que parecía cada vez más cerca ¡Puta carajo, Ramírez sí que le pega guacha, ni un minuto tarde! Dijo resoplando bajito y salió corriendo para la estación, tenia 300 metros y si no le estaba errando, llegaba un minuto antes que el tren.

            Apareció echando putas, no había ni un alma en el andén. Hacía bastante que nadie viajaba, capaz perdieron la costumbre. Se metió en la oficina y se calzó la gorra y el saco, ahí no más salió y justito apareció la maquina resoplando y lanzando humos. El gordo Quintana bajo de un salto, era el guarda de turno -¡Buenas y santas jefe! ¿Nada nuevo?- Dijo Quintana con la dosis de ironía de siempre. -¡Buenas! Nada che… solo un par de cartas de la maestra.- Contesto Ernesto pichado. Ya andaba medio cansado de las pavadas del gordo, pero eso no pudo evitar que las manos le temblaran y el corazón se le saltase. Tenía miedo que él supiera…Volvió hacia su escritorio y tomó las cartas, se las entrego sin decir nada, solo un suspiro entrecortado y disimulado se le salió casi sin querer. -¿Tenés calor Ernesto? ¡Mierda que estás transpirado! ¡si no hace tanto calor! Insistió el guarda. - Ja ja te parece no más Quintana, vos sí que tenés un termómetro aparte. No quería tenerlo un minuto más en la estación, aunque no existía razón alguna, el gordo le resultaba molesto. Pero todavía tenía que esperar… el tren debía cargar agua de la bomba y llenar la caldera. Los ayudantes dequinas sacaron la manguera y le estaban echando a más no poder aturdidos por los gritos de Ramírez, el maquinista que quería llegar temprano a la ciudad. -¡jefe! ¿No tenés nada fresco, algo para invitar? La pucha Ernesto que mal atendés a los amigos…- ¡Pero Quintana vos sí que sabes joder no más! Vení vamos para adentro.- Sacó de la repisa una botella de ginebra y dos vasos, los puso sobre el escritorio y se sentó en su sillón giratorio. Sirvió los vasos, tendió uno al gordo y de un saque se los tomaron sin poder evitar el resoplido final.-¡mierda! Quien te vende este veneno chamig- dijo Quintana con la voz que le quemaba. -¡Pero che, deja de quejarte y toma otro carajo!- contestó Ernesto. Sirvió de nuevo, y lo mismo. Quemaba de verdad quemaba... pero a él le estaban quemando otras tantas cosas.

             Afuera el píto del tren sonaba fuerte y largo anunciando la partida, sintió por fin el alivio que estaba esperando. -Hoy si que parece que Ramírez esta apurado gordo. ¡métele no sea cosa que te deje!- medio que gritó, tratando de disimular la ansiedad.  -Bueno ya es hora nos vemos a la vuelta jefe- Con una beña se despidió y subió al tren que empezaba a moverse. Por fín se habían ido. Entró de nuevo y colgó su boina y el saco detrás de la puerta. Se sentó en el telégrafo. Tac. Tac tac. Tac. Tactactac. Envió el mensaje avisando que el tren había partido sin novedades.

            Enfiló hacia las vías de nuevo despacito, caminaba a paso lento. Necesitaba estar solo para pensar… Su metro ochenta se destacaba en la tarde que quemaba, como todo desde hacia días. Las manos cruzas detrás de la cintura, como de costumbre, le otorgaban un andar cansado pero muy de él.  Ya estaba de nuevo en el puente, se sentó en las barandas enormes por la que muchas veces había caminado rumbo al río. -¡Qué mierda voy hacer con esta negrita! ¿Me caso o no...?- Pensó agachando la cabeza, apoyando el mentón sobre el pecho. Parecía que la idea le pesaba tanto como el calor que cada vez más le abrazaba la cara. La maestra…, lo tenía loco esa negrita.

            Ella, había llegado al pueblo hacia unos cuantos años y se había instalado en una de las casitas a la vera de las vías con su mamá, una anciana que casi ya no caminaba y su sobrino, un mitaí de unos ocho años que siempre jugaba solo con juguetes mas inventados,que reales, en el patio de atrás.

            Ni bien la vió le gustó. Era una flacucha bien parada, con unos ojazos que brillaban más que el sol. Siempre impecable con algún trajecito sastre y unos tacones que hacían más lindas sus piernas largas. Desde esa tarde que la descubrió por primera vez, no escatimaba en encontrar excusas para hacerle la pasada y saludarla con su sombrero. Ella le contestaba siempre con un -¡buenas tardes!- Seco como lengua de loro. Pero eso no lo desanimaba, menos desde que su amigo el director de la escuela Don Medina le había invitado uno de estos días a cenar y la buena noticia era que también estaba por ir la maestrita nueva.

            Pero hoy todo eso era historia, hacían dos años ya que era jefe de la estación y un año que visitaba oficialmente a la maestra todas las noches y hacían dos semanas que él se animó a preguntarle. -¿Y Negrita? No le parece, es tiempo. Estoy por cumplir 40 y Ud. ya no es una mocosa ¿No le parece que es hora que nos decidamos de una vez por todas?-. Ella le contestó -No se Ernesto… Ud. Sabe que soy suya… pero… no se… Mire Ernesto hay algo que debo decirle no quería dejarla ir -Si es por su mamá y su sobrino, no hay problemas. La casa de la estación es bien grande y hay lugar para todos. Dijo él entre ansioso y apurado por la respuesta. -Sí, sí, claro. Pero hay alguito mas…, no es justo que…, bueno si se quiere casar conmigo es porque me quiere-. Dijo ella convencida pero aturdida al mismo tiempo. -¡Pero claro mi Negrita, como no quererla a Ud.! Tan buena y linda. A ver dígame, cuénteme, vamos yo la escucho-. Contesto Ernesto con esa voz tranquila y pausada pero estruendosa. -Bueno… a ver, como le explico. Mi sobrino…, él…, él… el tema es mi sobrino y no se…-. -¡Bueno arranque de una vez! no vamos estar toda la noche negrita- . -Mire Ernesto, yo quería contarle, explicarle. Mi sobrino, no es mi sobrino… él es más que eso ¿v?. Él la tomaba de los hombros y la ansiedad le ganaba, -Y si no es su sobrino, entonces ¿Qué es? A ver dígamelo-.

Ella entonces habló, -Bueno, se lo digo… tengo que decírselo. Es mi hijo…, si es mi hijo… mi hijo-. A medida que lo repetía la voz se le iba apagando…-Pero…, a ver… no entiendo ¿Cómo que es su hijo?- Preguntaba perdido- Ud. acaso no me contó que es hijo de su hermana muerta…, claro es su hijo porque lo cría ¿no? ¡Y está bien sabe! si está muy bien, es su sangre también- La negrita se tapaba la boca, casi arrepentida de haberlo dicho -¡No Ernesto… ¡no entiende! ¡yo lo parí, es mi hijo!, yo lo parí…- Pero… ¿Cómo? Ayer no más me decía otra cosa. Entonces Ud. me mintió negrita.- Repetía él desesperado. Y el silencio se hizo inevitable, la carga de lo dicho por su negrita no era cualquier cosa… escondía y revelaba al mismo tiempo. Otro… otro que no era él. Otro en quien no quería pensar ni imaginar. Otro…, otro… ¡otro! Quería gritarlo, explotar, preguntar, golpear y abrazarla para llorar. Los dos siguieron en medio del silencio, tal vez elegido para disimular la rabia de él y las lágrimas de ella. Un buenas noches lo siguió… sin miradas… ni el beso acostumbrado, solo el sombrero de él golpeando sus piernas mientras se perdía en las vías; las mismas vías que hoy lo llevaron al puente.

            El silencio en él ahora era más profundo. Ni siquiera sus pensamientos, ni su voz que se le escapaba de a ratos podían romperlo. Tenía el corazón mudo pero con unas ganas enormes de soltar lo que no podía decir pensar, imaginar, aceptar ni decidir.  Ahora allí en el viejo puente se quedó mirando lejos, más lejos que nunca, se vio viejo y solo…y no le gusto nada, -¡Puta que no falta mucho! Si los años son los que se me están escapando…- La negrita, su maestrita se le había metido hondo…, sentía que necesitaba evaporarse pero ni siquiera sabía si podía o si quería… ¿Acaso podía esconderse del destino…?

            Levanto la cabeza y el sol lo encandiló de un golpe. Cerró los ojos y se secó la frente con el revés de su manga. Volvió a mirar lejos, hacia donde los teros tenían sus nidos y los ceibos regalaban la sombra, donde la había besado la primera vez. Suspiró profundo. Se vió. Estaba en el mejor lugar; las vías: ya no importaba nada, y seguramente el destino tenía un lugar donde llevarlo…-Las vías siempre llevan a algún lugar… fue lo que pensó. – ¡Sí, la pucha y para allá voy! ja ja ja. Reía sin parar, sin querer parar.            Abrió los brazos como queriendo tomar el mundo para sí y su risa cada vez más ensordecedora y enorme llenó el puente. Allí en ese instante, donde nada mas contaba y sólamente estaban las vías y él…
Liliana Robles

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