Nuestro Viejo Mango
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El viejo mango aún esta… todavía tomo tereré debajo de
ese mango, sola… -Dijo ella bajando la cabeza, y con la voz que le se
apagaba. No pudo mirarlo a los
ojos como lo había imaginado todos estos años. Hacía mucho que se fue sin dejar
ni siquiera una esquela. Se secó nerviosa las manos, en la falda gastada del
batón de todos los días y miró por sobre su hombro. Todo en ella era tiempo,
sus talones resquebrajados, que contaban de caminos de tierra caliente, de alpargatas
baratas, y de días de pobreza. Sus manos secas y gruesas que hablaban de muchas
cosechas, de algodonales inmensos, interminables. Y sus ojos… aquellos que
alguna vez fueron los más lindos de la colonia, hoy describían a su alrededor, surcos
infinitos dibujados por ríos de lagrimas, secos por el olvido. Entonces, se
enderezo como intentando recobrar un poco de dignidad; esa que había perdido
según todo el pueblo, cuando él la dejó con la panza llena y se fue a esa cosecha
de la que nunca volvió…-Las historias no terminan y el mango todavía está. Yo
voy para allá… - Sintió en ese momento que ya lo había dicho
todo, que no había nada más que decir y muy dentro suyo supo que nunca lo había
hecho y ahora eso ya no importaba, entonces se dio media vuelta y caminando
despacito enfiló para el rancho, mientras el silencio de los dos se arrastraba
en su corazón, y un poquito más allá… los pasos de él, que después de veinte
años y más había regresado…
-
-El
mango… guaina ¿todavía está?- Fue lo único que se animó a preguntar…La esperó todo el día debajo del viejo algarrobo en la
entrada al pueblo, sabía que como todas las tardes volvería de la chacra donde
desde hacía años se deslomaba para el Patrón, el mismo para el que él también trabajó
antes de irse. Cuando la vió venir cerquita de la curva, supo que era ella por la
renguera que la torcía al caminar. Ya pasaba sin reconocerlo, mirando mas allá
de la tarde caliente de enero, se enderezo cuanto pudo, se sacó el sombrero y
lo apretó con las dos manos tratando de triturar la vergüenza y la tristeza que
se le habían retobado en el alma.
Ella lo miró…,
lo vió y aunque la caña y el vino ordinario llenaban el aire el corazón se le
detuvo en 20 años atrás, cuando él la beso debajo del mango al costado del
rancho. -El mango Rosalba, ¿todavía está? ¿Te acordás cuando…? Pero no pudo seguir, bajó la cabeza y en silencio lloró
como un mitaí, como seguramente lloró de hambre su mitaí… ese con el que le había
llenado la panza antes de irse. Cayó de rodillas, levantó los ojos, pero ella
no lo miraba… entonces la escucho… -Las historias no terminan y el mango todavía está. Yo
voy para allá…-. Despacito y en
silencio se levantó y la siguió… después de veinte años y más porque ahora había
regresado.
Liliana Robles
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